miércoles, 1 de agosto de 2018

Creí que eran juguetes...

Era un día de reyes.
Corría la década de 1930 aproximadamente.
Como ocurría en la mayoría de familias de la época, el hombre trabajaba y aportaba el sustento, mientras la mujer se hacía cargo de las labores de la casa y de los hijos más pequeños.
Por lo general, estas familias se hacían de muchos hijos, recuerden que la tasa de supervivencia no era muy alta que digamos.
La familia de la que hablo, llegó a tener hasta 9 hijos, 6 de ellos llegaron hasta la edad adulta y 5 de ellos a la vejez.
Sin embargo, en los años de los que estoy hablando, la hija mayor de aquella familia tendría unos 7 años de edad, y como la primogénita tenía a su cargo labores similares a las de su madre, incluido el cuidar de sus hermanos más pequeños.
Cuando das un vistazo al pasado te das cuenta de que muchos de esos niños no tenían infancias como las nuestras, aquellos hermanos, eran sus muñecas vivientes que había que alimentar, dormir, bañar y cuidar.
La niña de la que hablo, se llamaba Inés.
Ella cuidó a uno de sus hermanos incansablemente, pero al final una terrible fiebre se lo llevó de esta vida a temprana edad. Al final, el único recuerdo que poseían de aquel niño era una foto postmortem (la única foto que se dejó tomar) donde reposaba en su cama rodeado de flores.
Pero en aquellos tiempos no existía la depresión y había que volver al trabajo de inmediato.
La madre de Inés estaba encinta de nuevo, y como no podía realizar movimientos tan bruscos, mandaba a la pequeña por cosas a la bodega.
La bodega de la casa se encontraba en lo más alto, en un tapanco, subiendo unas escaleras inclinadas. El lugar solía encontrarse en penumbra, aun en el día, por lo que debían subir alumbrados con un quinqué.
Aquel seis de enero, Inés fue a recoger unas semillas para que su mamá cocinara, sabía que día era, pero le habían dicho que no habría regalos, que lo importante era que todos comieran y no que tuvieran juguetes ni cosas inútiles.
Llegó hasta las escaleras, las subió, y casi llegando a la parte oscura, encendió el quinqué. Cuando se incorporó, lo tomó y alumbró su camino.
Las maderas crujían a sus pies, paso a paso. La luz no era suficiente, así que tropezó en algunas ocasiones, pero al final, de entre todo, llegó hasta el gran saco que buscaba.
Mientras tomaba lo que su madre le había pedido, empezaron a escucharse sonidos, como pasos diminutos, como si alguien tirara semillas y estas rebotaran.
Se giró, no vio nada. Bajó la vista por si estaba regando algo, pero no.
Recogió sus cosas y se dispuso a marcharse, una vez que se puso en pie y caminó de regreso, una sombra llamó su atención, al girarse de nuevo y alumbrar la vio pasar corriendo.
Pensando que se trataba de algún animal que intentaba robarse parte de la despensa, se dispuso a buscarlo.
Al final, el quinqué alumbró lo que parecía ser un muñeco pegado a la cabeza con otro, un ser pequeñito que saltaba de un lado a otro, alzaba sus manos y saludaba, no emitía sonido alguno más que el de sus pies cayendo sobre las tablas.
Inés lo miró incrédula.
¿Será un regalo de Día de Reyes?, pensó.
Lo contempló unos instantes, lo vio bailar y solo pudo sonreír ante tal curioso "regalo".
Al final, el grito de su madre, la trajo de vuelta a la realidad y tomando sus cosas bajó corriendo e hizo sus labores.
Esa misma noche, con quinqué en mano, alumbró cada esquina del tapanco, movió sacos y cajas, pero no volvió a ver a aquel ser. Lo buscó por días, y al final se dio cuenta de que quizás solo había sido un regalo momentáneo que fue vigente en aquella ocasión.
Fue la única historia paranormal que contaba mi abuela, siempre que alegábamos tener miedo a la oscuridad, ella nos decía que si ella misma buscó a la luz del fuego en cada rincón de un lugar completamente oscuro, nosotras con electricidad no teníamos porqué temer.
"Teme a los vivos", decía con frecuencia.
Al final, nunca supe si mi abuela tenía algún miedo o similar.
Lo cierto es que imaginarme yo misma, subiendo por aquellas escaleras, para buscar a un ser moviéndose entre los rincones, todavía me produce frío en la espalda.
Alguna vez, mi abuela mencionó que no quería morir mientras dormía, así que supuse que ese podría considerarse un miedo, pero cuando se despidió de este mundo, lo hizo con los ojos bien abiertos y la consciencia plena, como cuando era niña y sostenía su quinqué.
Valiente siempre fue... no cabe duda...
Genio y figura, hasta la sepultura...

Día 2. Tranquilo

El asilo es muy ruidoso... Las enfermeras pasan, sus pisadas suenan huecas y hacen eco cuando deambulan por los pasillos, creí que usaba...