— Por
aquí pasó una bruja… — Dijo mi abuelo con gran certeza mientras se ponía en
cuclillas y analizaba un charco.
Me reí
para mis adentros, el abuelo siempre fue una persona de ideas extrañas. Desde
niño, la bisabuela me llegó a contar sobre sus recurrentes fugas al bosque,
donde más de una vez, tuvieron que buscarlo haciendo brigadas entre la gente
del pueblo. Siempre lo encontraron feliz y contento, sobre una rama de árbol o
adentro de una cueva. Lo tenían que llevar a rastras a su casa. Por ello, todos
creyeron que un loco como él, jamás tendría pareja…
Pero
pues está la abuela, que ha soportado pacientemente todas las excentricidades
del abuelo…
Todos
los hijos se fueron en cuanto pudieron. Solo yo quise volver desde la ciudad
para vivir en el campo. Un accidente como el que tuve, me hizo replantear si
quería pasar el resto de mi vida trabajando en una fría oficina.
Al
final, los abuelos me aceptaron; trabajar y tener vida rural no ha sido tan
complejo. Lo difícil es acostumbrarse al abuelo
y sobretodo, tenerlo que ayudar con las trampas, no sólo para animales
salvajes, sino para entes del bosque y sobre todo: brujas.
— Si, no
cabe duda, una bruja está mudándose, vamos a tener que dejarla pasar y no
meternos en sus asuntos hasta que haya terminado con sus cosas. Recuerda
muchacho, siempre hay que respetar las actividades de las brujas… — Dijo
finalmente, cuando se incorporó.
— Sabes
mucho de las brujas…
— Claro,
si me casé con una…
— ¡Ja! —
solté sin querer. Los abuelos se hablaban de buen modo como para que dijera tal
cosa, así que fue muy gracioso. El abuelo solo me miró con sus ojos pícaros y
soltó una sonrisa. Sabía que no le creía.
Terminamos
con las labores del día y fuimos a cenar. La comida de la abuela es una de las
cosas más exquisitas de la vida, me pone tan feliz que a veces hasta tengo
sueños hermosos. A la hora del postre, mi abuelo me estiró una especie de amuleto.
— Úsalo
y no salgas de noche, tomémonos unos días hasta que la bruja se mude…
—
Eeeeeeestá bien — dije y sostuve el amuleto mientras le seguía la corriente.
Mientras
me alistaba para dormir lo recordé: había olvidado la pala y el pico del abuelo
recargados junto a un árbol cuando nos detuvimos a analizar el charco. Me asomé
por la ventana, la luna iluminaba el sendero hacia el bosque y en general el
clima era templado.
Antes de
salir de mi cuarto me giré como si me hablaran, el amuleto del abuelo estaba en
la cómoda. Alcé la mano en señal de desprecio y salí de ahí. No soy del tipo
miedoso, así que no me costó mucho llegar al lugar. Tomé las cosas y cuando
estaba a punto de irme, algo en el charco llamó mi atención, la luna alumbraba
tan bien que pude distinguir un pequeño pez chapoteando.
— ¿Cómo
llegaste aquí pequeño? — Dije mientras pensaba que quizás ya tendría una nueva
mascota.
La
respuesta llegó demasiado pronto. Una mujer se asomaba de entre los matorrales,
avanzaba hacia mí. La impresión de verla hizo que me quedara pasmado del susto:
la mujer en cuestión estaba flotando y se acercaba mientras cargaba un pesado
pez y otros jugueteaban en una especie de cola de su vestido hecho de agua. Me
quedé mudo. Se acercó y con una voz hueca dijo:
— Siento…
haberte… dejado… no vuelvas… a separarte… de… tus hermanos... — Luego se
posicionó sobre el charco y el pequeño pez subió a su vestido. Cuando hubo
hecho esto, se alejó un par de metros, se detuvo y se giró. Me miró con sus
penetrantes ojos oscuros y alzó la mano llamándome para que fuera. Mis pies
comenzaron a moverse solos, fui presa del pánico, pero no podía hacer nada, sin
duda me iría con la bruja.
— ¡Él es
mío! — se escuchó una fuerte voz a mis espaldas.
— Greta…
te gustan… jóvenes… ya… me quitaste… al otro… hace mucho…
— ¡Pues
a este también! ¡Además es mi casa, da gracias que te dejo pasar!
— Me voy…
— dijo sujetando su gran pez con ambas manos de nuevo y retomando su camino, al
poco tiempo desapareció, pero una leve bruma comenzó a cubrir el bosque, todo
se tornó oscuro…
Cuando
abrí los ojos me encontraba en mi habitación, creo que me desmayé de la
impresión. Miré mi mano y tenía puesto el amuleto. Pensé que todo había sido un
sueño. Bajé a desayunar con los abuelos. La comida se veía deliciosa y aun
humeaba. Mientras degustaba las delicias de la abuela mi abuelo bajó el
periódico que estaba leyendo y dijo:
— Greta,
este amuleto ya no sirve, hay que hacer otro…— Dijo mientras miraba mi mano —
no vaya a ser…
— No te
preocupes, ya la ahuyenté, esa mujer no debe meterse con mi familia — dijo
desde la cocina. Yo sólo tragué con fuerza.
— Te
dije que me había casado con una, y además una territorial… — dijo el abuelo
sonriendo mientras volvía a su lectura — Que bueno que yo la vi primero también…
Pasé los
siguientes días en cama, de la impresión. Al final volví a mi vida rutinaria
con los abuelos, sintiéndome más seguro que nunca y sobre todo, dejé de pensar
que el abuelo estaba loco…
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