lunes, 11 de diciembre de 2017

Día 22. Water Witch

— Por aquí pasó una bruja… — Dijo mi abuelo con gran certeza mientras se ponía en cuclillas y analizaba un charco.
Me reí para mis adentros, el abuelo siempre fue una persona de ideas extrañas. Desde niño, la bisabuela me llegó a contar sobre sus recurrentes fugas al bosque, donde más de una vez, tuvieron que buscarlo haciendo brigadas entre la gente del pueblo. Siempre lo encontraron feliz y contento, sobre una rama de árbol o adentro de una cueva. Lo tenían que llevar a rastras a su casa. Por ello, todos creyeron que un loco como él, jamás tendría pareja…
Pero pues está la abuela, que ha soportado pacientemente todas las excentricidades del abuelo…
Todos los hijos se fueron en cuanto pudieron. Solo yo quise volver desde la ciudad para vivir en el campo. Un accidente como el que tuve, me hizo replantear si quería pasar el resto de mi vida trabajando en una fría oficina.
Al final, los abuelos me aceptaron; trabajar y tener vida rural no ha sido tan complejo. Lo difícil es acostumbrarse al abuelo  y sobretodo, tenerlo que ayudar con las trampas, no sólo para animales salvajes, sino para entes del bosque y sobre todo: brujas.
— Si, no cabe duda, una bruja está mudándose, vamos a tener que dejarla pasar y no meternos en sus asuntos hasta que haya terminado con sus cosas. Recuerda muchacho, siempre hay que respetar las actividades de las brujas… — Dijo finalmente, cuando se incorporó.
— Sabes mucho de las brujas…
— Claro, si me casé con una…
— ¡Ja! — solté sin querer. Los abuelos se hablaban de buen modo como para que dijera tal cosa, así que fue muy gracioso. El abuelo solo me miró con sus ojos pícaros y soltó una sonrisa. Sabía que no le creía.
Terminamos con las labores del día y fuimos a cenar. La comida de la abuela es una de las cosas más exquisitas de la vida, me pone tan feliz que a veces hasta tengo sueños hermosos. A la hora del postre, mi abuelo me estiró una especie de amuleto.
— Úsalo y no salgas de noche, tomémonos unos días hasta que la bruja se mude…
— Eeeeeeestá bien — dije y sostuve el amuleto mientras le seguía la corriente.
Mientras me alistaba para dormir lo recordé: había olvidado la pala y el pico del abuelo recargados junto a un árbol cuando nos detuvimos a analizar el charco. Me asomé por la ventana, la luna iluminaba el sendero hacia el bosque y en general el clima era templado.
Antes de salir de mi cuarto me giré como si me hablaran, el amuleto del abuelo estaba en la cómoda. Alcé la mano en señal de desprecio y salí de ahí. No soy del tipo miedoso, así que no me costó mucho llegar al lugar. Tomé las cosas y cuando estaba a punto de irme, algo en el charco llamó mi atención, la luna alumbraba tan bien que pude distinguir un pequeño pez chapoteando.
— ¿Cómo llegaste aquí pequeño? — Dije mientras pensaba que quizás ya tendría una nueva mascota.
La respuesta llegó demasiado pronto. Una mujer se asomaba de entre los matorrales, avanzaba hacia mí. La impresión de verla hizo que me quedara pasmado del susto: la mujer en cuestión estaba flotando y se acercaba mientras cargaba un pesado pez y otros jugueteaban en una especie de cola de su vestido hecho de agua. Me quedé mudo. Se acercó y con una voz hueca dijo:
— Siento… haberte… dejado… no vuelvas… a separarte… de… tus hermanos... — Luego se posicionó sobre el charco y el pequeño pez subió a su vestido. Cuando hubo hecho esto, se alejó un par de metros, se detuvo y se giró. Me miró con sus penetrantes ojos oscuros y alzó la mano llamándome para que fuera. Mis pies comenzaron a moverse solos, fui presa del pánico, pero no podía hacer nada, sin duda me iría con la bruja.
— ¡Él es mío! — se escuchó una fuerte voz a mis espaldas.
— Greta… te gustan… jóvenes… ya… me quitaste… al otro… hace mucho…
— ¡Pues a este también! ¡Además es mi casa, da gracias que te dejo pasar!
— Me voy… — dijo sujetando su gran pez con ambas manos de nuevo y retomando su camino, al poco tiempo desapareció, pero una leve bruma comenzó a cubrir el bosque, todo se tornó oscuro…
Cuando abrí los ojos me encontraba en mi habitación, creo que me desmayé de la impresión. Miré mi mano y tenía puesto el amuleto. Pensé que todo había sido un sueño. Bajé a desayunar con los abuelos. La comida se veía deliciosa y aun humeaba. Mientras degustaba las delicias de la abuela mi abuelo bajó el periódico que estaba leyendo y dijo:
— Greta, este amuleto ya no sirve, hay que hacer otro…— Dijo mientras miraba mi mano — no vaya a ser…
— No te preocupes, ya la ahuyenté, esa mujer no debe meterse con mi familia — dijo desde la cocina. Yo sólo tragué con fuerza.
— Te dije que me había casado con una, y además una territorial… — dijo el abuelo sonriendo mientras volvía a su lectura — Que bueno que yo la vi primero también…
Pasé los siguientes días en cama, de la impresión. Al final volví a mi vida rutinaria con los abuelos, sintiéndome más seguro que nunca y sobre todo, dejé de pensar que el abuelo estaba loco…

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