sábado, 11 de noviembre de 2017

El llamado #DíadelosMuertos



— Huele a cempaxúchitl…
— ¿A qué?
— Cempaxúchitl, una flor… ¿Lo hueles?
— ¡Ah sí! ¡Lo huelo también! Es dulce
— Muy dulce… También siento un extraño calor…
— ¿Un extraño calor? Es porque te están llamando…
— ¿De verdad? ¿Vamos?
— Yo no estoy invitado…
— Yo te invito
— Pero…
— ¡Vamos!
— Esta bien…
— Es mi primera vez, tal vez quieras ayudarme a encontrar el camino.
Sonido de pasos, cada uno hacía eco en aquella negra espesura. Luego se escuchó un cerrojo descorrer y el rechinido de una vieja, muy vieja puerta.
Al otro lado, luz, ruido y fiesta.
— ¿Es aquí?
— Si. No lo recordaba tan colorido, pero si
— Es un lugar muy bonito, ¿Cómo se llama?
— México… ah perdón, el pueblo es San Miguel Coronel…
— No sabía que eras de un lugar tan pequeño.
— Pues sí, pero hui… quería grandes aventuras en la gran ciudad, olvidarme de la gente aburrida de aquí. Y ya sabes el resto, tal parece que aproveché la primera oportunidad para arruinar todo, con la primera mujer que conocí y… en fin…
— Yo también tuve a alguien que se aprovechó de mí, me usó solo por conveniencia, la única diferencia es que no me mat… bueno… ¿A dónde hay que ir? — Dijo mientras se rascaba la cabeza.
— Por aquí…
Caminaron lentamente, admirando la algarabía. De los puestos de comida, salía despedido el olor del pan recién hecho, de los tamales y de su masa mezclada con los sabores picantes de las salsas verdes y rojas. Pasaron junto a hermosas mujeres que vestían largos atuendos y que usaban en sus cabezas coronas de flores de colores.
— Esas personas-esqueletos ¿Están vivas?
— Muy vivas… sólo emulan a la muerte.
— Se ven felices…
— Y lo están, también celebran a la vida… Ven, vamos por acá.
Doblaron a un callejón con brillantes piedras, en algunas casas había música y agradables charlas. Al final de aquel lugar se detuvieron frente a una casa que tenía abierta su puerta.
— Todos están de fiesta…
— Que buena fiesta, huele delicioso, y esos decorados... Es maravilloso.
Entraron. En la sala estaba expuesto un enorme altar.
— ¿Puedo comer todo esto?— Dijo el acompañante mientras se inclinaba a tomar algo.
— Eso creo… aunque aquí no siento ese calor… ni el olor de la flor… de hecho no me siento bien recibido.
— Oh — Dijo, y mejor se incorporó antes de tocar siquiera algo. — Es cierto, tu foto no está por aquí…
— Es porque les dije cosas muy feas antes de irme… ahora me odian… Eso explica por qué muy pocos fueron al entierro, pensé que me habían perdonado… Pero, sé que me ponen flores, las he visto…
— Tal vez sea alguien más…
— No creo… — Pero después de pensarlo unos instantes siguió: —a menos que… acompáñame
— No tengo opción…
Siguió a su amigo por más calles llenas de fiesta, esta vez ignorando el ruido, iban casi corriendo. Al otro extremo del pueblo había una pequeña choza, divinamente decorada por fuera, con su puerta cerrada, pero bajo esta, se distinguía un camino de la flor color naranja.
— ¡Oh! El olor viene de aquí…
— Si…
— ¿Conoces este lugar?
— Si…
Luego de esto se quedó de pie, cabizbajo, mientras el otro lo miraba con extrañeza y esperando que siguiera hablando. Al cabo de un rato, interrumpió sus pensamientos.
— ¿Vas a entrar o qué?
— Es que yo…
— Estas invitado, hasta yo siento el calor de ahí.
De este modo, jaló a su amigo y ambos cruzaron aquella puerta. La choza estaba decorada hasta el techo y su pequeño altar tenía al menos unos 5 escalones, todos perfectamente iluminados por anchas velas. Un calor envolvía el lugar y el olor de las flores se mezclaba con el de la comida, que aun humeaba. En la parte de arriba, cerca de las imágenes de santos, estaba la foto de una pareja sonriendo.
— Eres tú…
— Ella y yo, nos amábamos… Luego tuve esa extraña crisis y me fui, la dejé destrozada. Pude habérmela llevado, pero me dejé llevar por otras cosas, por otras personas… fui muy estúpido…
Unos pasos. Una mujer con un vestido blanco, maquillada de calavera entró a la pequeña sala y puso un nuevo platillo humeante.
— Tal vez sea por su maquillaje, pero creo que es hermosa…
— Es la más hermosa del pueblo.
— Por lo visto, no te guarda rencor… aquí si estás invitado… ¿Puedo?
— Adelante, come…
Antes de que hicieran algo, una pequeña niña entró al lugar y colocó una naranja en el altar.
— Vaya, siento que ya he visto esta mirada ¡Pero claro! ¡Es la tuya!
No esperó recibir respuesta, su amigo se acercó a la niña y comenzó a inspeccionarla de cerca. El gran parecido con él era enorme, de inmediato le quedó claro.
— ¡Soy un estúpido! — Gritó. Y echándose al piso comenzó a llorar amargamente. — Estaba esperando un hijo… y yo… yo…
— Oh vamos, todos cometemos errores… Estoy seguro que ella le hablará solo de las cosas buenas, si no, no pondría tu foto… Todo esto me dice, que ella ya te perdonó. — Y tomando uno de los platos, se lo estiró a su amigo — Mira lo que preparó para ti
— Es mi favorito…
Las lágrimas corrían por las mejillas del joven padre, mientras bocado a bocado, ambos amigos probaban las delicias que les habían dejado. Después de un rato, la tristeza se alejó y fue como si las cuatro personas que estaban dentro de aquella choza estuvieran pasando una excelente noche de convivencia. Al final, la pequeña cedió al sueño, la llevaron a su cama y ahí, justo antes de acomodarse en su almohada alcanzó a despedirse de aquella sombra detrás de su mamá. Sabía de quién se trataba.
— El siguiente año… — balbuceó antes de caer profundamente dormida.
De este modo, ambos amigos tomaron un poco más de comida, se la guardaron y con una sonrisa, se fueron de aquel lugar.
Antes de volver a la negrura, el joven comprendió que el perdón sobrepasa los límites de la vida y la muerte, y se fue, para seguir esperando a su verdadero amor.

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