— Huele a cempaxúchitl…
— ¿A qué?
— Cempaxúchitl, una flor… ¿Lo
hueles?
— ¡Ah sí! ¡Lo huelo también! Es
dulce
— Muy dulce… También siento un
extraño calor…
— ¿Un extraño calor? Es porque te
están llamando…
— ¿De verdad? ¿Vamos?
— Yo no estoy invitado…
— Yo te invito
— Pero…
— ¡Vamos!
— Esta bien…
— Es mi primera vez, tal vez
quieras ayudarme a encontrar el camino.
Sonido de pasos, cada uno hacía
eco en aquella negra espesura. Luego se escuchó un cerrojo descorrer y el
rechinido de una vieja, muy vieja puerta.
Al otro lado, luz, ruido y
fiesta.
— ¿Es aquí?
— Si. No lo recordaba tan
colorido, pero si
— Es un lugar muy bonito, ¿Cómo
se llama?
— México… ah perdón, el pueblo es
San Miguel Coronel…
— No sabía que eras de un lugar
tan pequeño.
— Pues sí, pero hui… quería
grandes aventuras en la gran ciudad, olvidarme de la gente aburrida de aquí. Y
ya sabes el resto, tal parece que aproveché la primera oportunidad para
arruinar todo, con la primera mujer que conocí y… en fin…
— Yo también tuve a alguien que
se aprovechó de mí, me usó solo por conveniencia, la única diferencia es que no
me mat… bueno… ¿A dónde hay que ir? — Dijo mientras se rascaba la cabeza.
— Por aquí…
Caminaron lentamente, admirando
la algarabía. De los puestos de comida, salía despedido el olor del pan recién
hecho, de los tamales y de su masa mezclada con los sabores picantes de las
salsas verdes y rojas. Pasaron junto a hermosas mujeres que vestían largos
atuendos y que usaban en sus cabezas coronas de flores de colores.
— Esas personas-esqueletos ¿Están
vivas?
— Muy vivas… sólo emulan a la
muerte.
— Se ven felices…
— Y lo están, también celebran a
la vida… Ven, vamos por acá.
Doblaron a un callejón con
brillantes piedras, en algunas casas había música y agradables charlas. Al
final de aquel lugar se detuvieron frente a una casa que tenía abierta su
puerta.
— Todos están de fiesta…
— Que buena fiesta, huele
delicioso, y esos decorados... Es maravilloso.
Entraron. En la sala estaba
expuesto un enorme altar.
— ¿Puedo comer todo esto?— Dijo el
acompañante mientras se inclinaba a tomar algo.
— Eso creo… aunque aquí no siento
ese calor… ni el olor de la flor… de hecho no me siento bien recibido.
— Oh — Dijo, y mejor se incorporó
antes de tocar siquiera algo. — Es cierto, tu foto no está por aquí…
— Es porque les dije cosas muy
feas antes de irme… ahora me odian… Eso explica por qué muy pocos fueron al
entierro, pensé que me habían perdonado… Pero, sé que me ponen flores, las he
visto…
— Tal vez sea alguien más…
— No creo… — Pero después de
pensarlo unos instantes siguió: —a menos que… acompáñame
— No tengo opción…
Siguió a su amigo por más calles
llenas de fiesta, esta vez ignorando el ruido, iban casi corriendo. Al otro
extremo del pueblo había una pequeña choza, divinamente decorada por fuera, con
su puerta cerrada, pero bajo esta, se distinguía un camino de la flor color naranja.
— ¡Oh! El olor viene de aquí…
— Si…
— ¿Conoces este lugar?
— Si…
Luego de esto se quedó de pie,
cabizbajo, mientras el otro lo miraba con extrañeza y esperando que siguiera
hablando. Al cabo de un rato, interrumpió sus pensamientos.
— ¿Vas a entrar o qué?
— Es que yo…
— Estas invitado, hasta yo siento
el calor de ahí.
De este modo, jaló a su amigo y
ambos cruzaron aquella puerta. La choza estaba decorada hasta el techo y su
pequeño altar tenía al menos unos 5 escalones, todos perfectamente iluminados
por anchas velas. Un calor envolvía el lugar y el olor de las flores se
mezclaba con el de la comida, que aun humeaba. En la parte de arriba, cerca de
las imágenes de santos, estaba la foto de una pareja sonriendo.
— Eres tú…
— Ella y yo, nos amábamos… Luego
tuve esa extraña crisis y me fui, la dejé destrozada. Pude habérmela llevado,
pero me dejé llevar por otras cosas, por otras personas… fui muy estúpido…
Unos pasos. Una mujer con un
vestido blanco, maquillada de calavera entró a la pequeña sala y puso un nuevo
platillo humeante.
— Tal vez sea por su maquillaje,
pero creo que es hermosa…
— Es la más hermosa del pueblo.
— Por lo visto, no te guarda
rencor… aquí si estás invitado… ¿Puedo?
— Adelante, come…
Antes de que hicieran algo, una
pequeña niña entró al lugar y colocó una naranja en el altar.
— Vaya, siento que ya he visto
esta mirada ¡Pero claro! ¡Es la tuya!
No esperó recibir respuesta, su
amigo se acercó a la niña y comenzó a inspeccionarla de cerca. El gran parecido
con él era enorme, de inmediato le quedó claro.
— ¡Soy un estúpido! — Gritó. Y
echándose al piso comenzó a llorar amargamente. — Estaba esperando un hijo… y
yo… yo…
— Oh vamos, todos cometemos
errores… Estoy seguro que ella le hablará solo de las cosas buenas, si no, no
pondría tu foto… Todo esto me dice, que ella ya te perdonó. — Y tomando uno de
los platos, se lo estiró a su amigo — Mira lo que preparó para ti
— Es mi favorito…
Las lágrimas corrían por las
mejillas del joven padre, mientras bocado a bocado, ambos amigos probaban las
delicias que les habían dejado. Después de un rato, la tristeza se alejó y fue
como si las cuatro personas que estaban dentro de aquella choza estuvieran
pasando una excelente noche de convivencia. Al final, la pequeña cedió al sueño,
la llevaron a su cama y ahí, justo antes de acomodarse en su almohada alcanzó a
despedirse de aquella sombra detrás de su mamá. Sabía de quién se trataba.
— El siguiente año… — balbuceó
antes de caer profundamente dormida.
De este modo, ambos amigos
tomaron un poco más de comida, se la guardaron y con una sonrisa, se fueron de
aquel lugar.
Antes de volver a la negrura, el
joven comprendió que el perdón sobrepasa los límites de la vida y la muerte, y
se fue, para seguir esperando a su verdadero amor.
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